ALUCINEMA | Crítica de Los Fabelman | Steven Spielberg

Los Fabelman: el legado del mejor Spielberg

El gran realizador estadounidense se deja atravesar por las imágenes que lo conmocionaron cuando de niño se le abrió la puerta del cine y cambió su vida para siempre.

Debe ser difícil estar en los zapatos de Steven Spielberg y sentarse a escribir un guion que cuente su relación con el cine, un guion que plantee su historia de amor con la pantalla grande, con el universo cinéfilo mismo pero sin derrapar entre auto homenajes y, aún peor, el pecado mortal de la autoindulgencia.

Por suerte para él, y para todes, Spielberg es el mismo tipo que le puso firma a E.T., Encuentros cercanos del tercer tipo, Indiana Jones, Tiburón y una larga y bestial lista de películas que forman parte del inventario de lo mejor del cine industrial alrededor del mundo. Internacional y popular como ninguno. 

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Por si queda lugar para alguna duda sobre la fijación del tío Steven con los 24 cuadros por segundo después de los títulos antes mencionados (a los que podríamos sumar Jurassic Park, Rescatando al soldado Ryan, Múnich, Puente de espías y más, dentro de una lista de medio centenar de films), llegó a las pantallas de las salas Los Fabelman.

El film cuenta el camino del héroe que el pequeño Steven transitó hacia la gloria en cinerama. Con elementos de su vida real entremezclados con otros ficcionales y una versión libre del american way de los 50s y 60s, el autor recorre épocas y estilos, entramados estéticos y narrativos del cine estadounidense en sus versiones previas a la época que él protagonizó a partir de la década del 70.

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La gran carta de amor a la pantalla grande que escribe Spielberg en Los Fabelman no pierde un segundo de tiempo y desde su primera línea nos deja en claro el recorrido que haremos a lo largo de más de dos horas de fílmico (o digital, según el caso): una pareja y su pequeño hijo están por entrar al cine en el que se proyecta “El espectáculo más grande sobre la tierra” (The Greatest Show on Earth, Cecil B. DeMille, 1952) y, una vez adentro (previo plano que recuerda a nombrecitos como King Vidor), la mirada del pequeño Sammy/Steven (Mateo Zoryan) lo dice todo y parece vislumbrar lo que vendrá en sus años siguientes. Y lo que viene es un remolino de situaciones, emociones y fotogramas elaborados por él mismo en una playa, en una fiesta del colegio…

…o en una habitación de su casa familiar rodando el choque de un tren eléctrico, concretando así, en su primera película, su propia versión de la escena que cambió para siempre su vida. 

Las paletas, los planos, la construcción de cada una de las escenas de Los Fabelman remite en cada período retratado a la estética de su época (los cambios de colores y saturación entre los 50s y 60s son un hallazgo), como si contara eso que sucedía desde ese mismo plano, desde ese mismo punto de vista, haciendo que la idea de “ventana al pasado” sea aún más perceptible. El encuadre como manual de historia del cine.

En la hipermodernidad, en la era de los filtros al alcance de todos y todas (desde los disponibles en el más complejo de los editores de video hasta los que abundan en cualquier app) ya no basta con la nitidez extrema del HD; la reconstrucción de época abarca también a la reproducción del punto de vista de los años retratados. Y en esto también Spielberg capta la era de la que es parte, la usa en su favor y en favor de su obra tal como hizo en 2018 con Ready Player One, por citar el ejemplo más cercano.

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¿Hay autorreferencia en Los Fabelman más allá de la versión libre de la niñez del director? Por supuesto. Y por el cuadro (ni hablar del fuera de campo) desfilan las bicicletas de ET con maniobra de curva incluída y otros que poco cuesta relacionar con la obra y obsesiones del realizador, entre ellas el cine que lo hizo cineasta y que lo transformó en uno de los nombres centrales de la renovación de los 70s en Hollywood y pieza fundamental del mainstream clásico y moderno de los 80s.

Pero la ganancia central del nuevo largo de Spielberg es la revalidación (por si hacía falta) de su título con honores de narrador todo terreno y artesano del relato audiovisual. La sabiduría del genio aparece en algunas escenas epifánicas para cualquier espectador entregado a la acción de los proyectores, como la que estalla en una secuencia de camping familiar, de viaje que resulta de placer y a la vez de iniciación, de puerta hacia otra cosa: un Sammy ya adolescente (Gabriel LaBelle) encuentra ahí, en ese campamento con su mamá, su papá, sus hermanas y su tío, en eso que deriva en una cinta familiar y ATP, un libro abierto sobre la vida de su entorno y sobre las relaciones familiares en su casa, esa que filmaba sin terminar de ver. 

Al crecimiento de Sammy/Steven como realizador lo acompaña, claro, su crecimiento como persona. El detalle que marca la diferencia es que lo primero parece adelantarse a lo segundo: ese pibe, ese pequeño Spielberg, apenas unos años antes de concretar la gran The Duel (1971), es primero un director de cine y después todo lo demás. Filmo, ergo, existo.

El ordenado revoltijo de estilos, nombres y marcas de autor que despliega la película llegan incluso a diálogos en plan Woody Allen (más que nada en las intervenciones de la hermana filo intelectual de Sammy), atravesados por alguien a quien jamás habríamos relacionado con Spielberg, quien se permite incursiones visual-estéticas en el planeta Wes Anderson, en lo puntual aquellas que retratan en modo clip los rodajes que encabeza Sammy en su incipiente carrera amateur como realizador, las cuales remiten a Rushmore (aquella genialidad de 1998 con Bill Murray y Jason Schwarztman) y su pulsión por la puesta en escena. 

Quizá Spielberg no se haya planteado reunir en un mismo relato su mirada sobre la vida (con inevitables toques de microconservadurismo a cuestas), las relaciones humanas y, claro, el cine de masas. Pero lo logró y su película oficia de legado, nada menos.

Alerta spoiler

¿Más motivos para entregarse de lleno al festín de cinefilia, referencias y fetichismo por el celuloide? Si te bancás un spoiler sobre los últimos minutos de relato,  acá va: David Lynch interpreta a John Ford (a quien se define como “el mejor director del mundo”) en los que sin duda ya están ubicados en la historia de los mejores últimos cinco minutos de una película de Hollywood, plano final corregido in situ incluído.

Los Fabelman (The Fabelmans) EE.UU., 2022. Dirección: Steven Spielberg. Guion: Steven Spielberg, Tony Kushner. Montaje: Sarah Brosher, Michael Kahn, Fotografía: Janusz Kaminski. Música: John Williams. Elenco: Gabriel LaBelle, Michelle Williams, Paul Dano, Seth Rogen, Mateo Zoryan, Keeley Karsten.

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